The Walking Dead 6. Análisis del episodio 4 (2024)

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Después de tres episodios de carreras, saltos, caídas, y ejecuciones a toda velocidad necesitábamos un poco de pausa. Como en esos grandes conciertos de rock, después de empezar con tres canciones que te dejan sin aliento, llega la hora de pararse, saludar al público, y darles un poco de respiro con una bonita balada. Precisamente eso es esta cuarta entrega de The Walking Dead, que abandona las persecuciones y las enormes hordas zombi en favor de una historia, la de un Morgan que, perdido en la oscuridad, sin rumbo, encuentra la luz donde menos se lo espera. Este capítulo es el Stairway to Heaven de esta sexta temporada, su November Rain, una melodía lenta, meticulosa y evocadora que, poco a poco, te hace querer más y disfrutar de ese momento en que el ruido y el caos se convierten en paz y armonía. Para seguir con la música te recomendamos que te veas el capítulo, o todo lo que leas a continuación te sonará a puro territorio spoiler.

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Here´s not Here refleja a la perfección el sentimiento de un Morgan desorientado, un hombre cuya percepción de la realidad murió en el mismo instante que el corazón de su hijo dio el último latido, y que ni tan siquiera el aliento de Rick pudo resucitar. Para Morgan, aquí, nunca es aquí. Él vive en otra realidad, en un mundo en el que como en los videojuegos de los 80 se basa en avanzar y matar, en limpiar la zona y seguir adelante. Lo vemos en el primer tercio del episodio, en el que el primer buen amigo del sheriff Grimes marca la zona, atrae a cuantos caminantes se hallan alrededor y les invita a una improvisada barbacoa en la que ellos mismos son la leña. En este tramo somos partícipes de la locura desatada de Morgan, cuya visión, como la de los caballos con antojeras, sólo muestra una dirección y un único propósito, seguir adelante. Sean zombis o incautos supervivientes, la pica puntiaguda de esta víctima del estrés post traumático no hará prisioneros (y si no que se lo digan a la tráquea del compañero del que muere a manos del nuevo vecino de Alexandria).

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En ese mundo de oscuridad, de decisiones sin sentido, anda errante nuestro compañero, hasta que encuentra un lugar de luz, un claro en el frondoso bosque que, al menos por un segundo, aclara su mirada. El balido de una indefensa cabra le llama hasta una cabaña en la que le espera un particular anfitrión. Un hombre con la habilidad de protegerse de la irracionalidad de Morgan, uno de esos pocos buenos samaritanos que sobreviven en las caducadas costumbres de preferir hacer amigos antes que ejecutar enemigos. No sin la resistencia de un homicida Morgan, el bueno de Eastman (un inconmensurable, como siempre, John Carroll Lynch) conseguirá retenerle en su celda y empezar a aclarar su mente.

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Este hombre de mediana edad, de apariencia bonachona (y, por tanto, débil) esconde, tras su código, una gran cantidad de recursos, tanto filosóficos como útiles para la vida en el exterior (casi todos, gracias a su habilidad en el aikido, ese arte marcial que Steven Seagal convirtió en arma de destrucción masiva). Eastman, psicólogo forense de los que tratan almas perdidas y psicópatas sin remedio cree que todo el mundo puede redimirse de los pecados del pasado, y Morgan llega con un currículum perfecto para convertirse en su próximo paciente. No serán unos inicios fáciles, ya que su autoimpuesta misión de dejar todo lo que encuentra sin una mota de vida le acarreará unos cuantos golpes de palo. La terapia, entre hipnóticos diálogos en los que luce el trabajo del guionista Scott M. Gimple como nunca, servirá para que conozcamos a los dos personajes, sus traumas, y los baches que han encontrado en el camino.

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El viaje de Eastman tampoco ha sido fácil. Tras ver cómo un psicópata asesinaba a su familia, él se cobró su venganza, ajusticiando a su verdugo de la forma más cruel posible: viendo cómo moría de inanición en la misma celda en la que duerme Morgan. Sin embargo, ver cómo el hombre que le arrebató todo en la vida moría durante 47 días no sirvió para darle paz, una tranquilidad que sí encontró cuando decidió no volver a matar (a gente viva, se entiende), una idea en la que pondrá todo su esfuerzo, y hasta su vida, para transmitirla a Morgan. Sin embargo, una recaída del amigo de Rick, cuando es visitado por los fantasmas de su pasado (ese joven al que estranguló ahora se ha convertido en todo un zombi) dará con la boca del putrefacto en el torso de Eastman. Con sus horas contadas, sólo habrá tiempo para aprender la última lección e iniciar el largo camino hasta la redención que, por cierto, pasa por Terminus.

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Todo este gigante flashback forma parte de la historia que Morgan cuenta a uno de los Wolves que Alexandria ha hecho prisionero. Un relato que el hombre del palo espera que inspire al preso, que sin embargo le deja claro que su código, de raíces tan profundas como las de su carcelero, le obliga a predicar con la muerte y la violencia. Como el Crighton Dallas Wilton, que arrasó la familia de su malogrado “sensei”, este Wolve demuestra que hay gente cuya alma, simplemente, no tiene salvación. Esperemos que Morgan no se empeñe demasiado en esa causa perdida, y no acarree pérdidas en forma de personajes principales enterrados bajo los muros de Alexandria.

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En resumen estamos ante un episodio que baja las revoluciones respecto al trepidante inicio de la temporada pero que nos ofrece una historia que merecía su propio capítulo (aunque una hora de metraje quizá sea demasiado) y en el que vemos, por fín, las razones del cambio de filosofía de Morgan. Un capítulo en el que sus dos actores se retroalimentan uno del otro (apoyados, eso sí, en unos magistrales diálogos) y que nos dan un personaje, magníficamente caracterizado por Carroll Lynch, que evoluciona a su Eastman, esa pacifista rara avis en el universo TWD que sólo buscaba un compañero de viaje, en un sólo episodio mucho más que otros en una temporada completa (adivina quién no hace eso, G_ _ _ _ _ _ S _ _ _ _ _) y que, con un pulso dramático magníficamente resuelto por el director Stephen Williams, nos ayuda a coger el aliento con esta versión TWD de Karate Kid. Esperamos que hayáis cogido fuerzas, porque la semana que viene toca matar zombis junto a Daryl, Abraham y Sasha. Si sobrevivimos, os lo contaremos.

PD: El tráiler de Predicador tiene buena pinta, ¿no?

Juanjo Velasco es colaborador de IGN España, lo podéis encontrar en Twitter para hablar de casi cualquier cosa, hasta de zombis.

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